LA VIEJA DEL MONTE











Al terminar las pocas callejuelas que existían en el pueblo, éste que daba rodeado de bosques y luego de montañas inmensas que con fluían a la Paja Blanca, por tanto los caminos eran poco transitados, consecuencialmente sólidos y obstaculizados por raíces y ramas de árboles que inclinaban su tallo hacia la senda que los campesinos obligadamente seguían para llegar al pueblo o a su casa; en esos montes deambulaba llorando, renegando, gritando, exhalando alaridos y quejidos espantosos; La Vieja del Monte.
Tenía una nariz que le cubría el tabaco que fumaba, una boca que al quejarse o hablar o llorar le empataba con las orejas, un cabello enredado como los bejucos de las zanjas que hacen red y trampa para los leñadores y animales perdidos, de color como entre cano y negro pero opaco cual ceniza de madera podrida; toda ella olía a palo descompuesto cual el ataúd de un año de enterrado; el sombrero era angosto, puntiagudo hacia adelante, y atrás adornado con plumas de gallinazo en la parte superior, tal cual la silueta de la bruja del Alegría de Leer.
Rosendo la encontró cuando de un sitio denominado El Cozo pasaba a otro denominado La Horqueta, -la encontré echando lagartijas de la Loma de los Mortiños, a una olla que hervía sin tener en su asiento ninguna clase de fuego.

De pronto se despojó del manto negro y quedó desnuda; -sí señor- “las tetas” eran tan largas que se las echó atrás por encima de sus hombros y siguió lamentándose dando quejidos o alaridos que retumban por el cañón de la Ruidosa, depositó toda clase de yerbas en la vasija que cocinaba y le puso una bola de sal de la que llamaban de burro. Rosendo tuvo que seguir otro camino mirando temerosamente hacia atrás por el lado derecho porque le habían dicho sus padres que era de mal agüero o augurio devolver la mirada por el lado izquierdo. Así mismo le sucedió a Galo un día que estando en una esquina tomando chancuco; una hermosa mujer lo llamaba hacia la sombra que producía la luz de una luna llena al chocar en un frente a un corpulento árbol de pino en una cuadra cercana; el desafortunado siguió a la mujer, cuando se dio cuenta que no podía ser a esa hora de la noche una linda mujer llamándole, echó manó de sus cigarrillos y trató por un largo rato de encender uno; mientras eso hacía, la mujer se acercaba pero ahora le mostraba su calavera, sus grandes mandíbulas cercadas de puntiagudos incisivos y colmillo de serpiente que cruzaban de arriba abajo cubriendo el mentón triangular como cabeza de felino y en su boca un tabaco que parecía fumando el bolillo de un policía.

Asustado Galo casi sin voz, temblando quiso gritar pero fue tarde, la mujer le echó mano de su cuello con unas garras que se asemejaban al tridente de lucifer y le balbuceó “-me voy a comer tu corazón-” yo me cagué, se me fue la perra, dijo al tomar conocimiento de lo que sucedía luego de encontrarse Galo bajo unos arbustos de guanto y de cujacas sentado al filo de un arroyo rodeado de ortigas y de espinas; forcejeó tanto por salir que solo al amanecer del otro día pudo hacerlo, todo mojado, estacado con las espinas y los abrojos del arroyo. -Las tetas se las echaba para atrás y me llamaba- murmuró al final.

A don José cuando se lo echó al hombro para llevárselo a la quebrada La Paila, lo salvó el grito de uno de sus peones que buscaba una muía perdida entre el chaparro, pero éste miró además que la vieja cargaba en su brazo izquierdo un bebé que murmuraba- ¡a sangre humana me jiede!-, mostrando unos colmillos como los del hombre lobo -era fea como el mismísimo diablo- , dijo. Al volver de su letargo cuando lo encontró su peón alcanzó a decir “me mató La Vieja del Monte”,- a yo también me ha salido -dijo el peón- pero pegándole su putiada se va-. Como era de maldita esta vieja que a muchos baquianos les erizó el pellejo y los hizo orinar.
Con tecnología de Blogger.