LAS CALLES DE MI PUEBLO
Como todo pueblo que se respete, el mío nombró sus calles como colonialmente se acostumbró según la tradición de la Madre Patria.
Nueve calles y siete carreras diseñadas de oriente a occidente las unas y de norte sur las otras así:
La calle primera fue un callejón denominado “El Quingo”, hoy es uñ calle común y corriente.
La segunda se denominó “Calle Ipiales” , por ésta se tomaba el camino a esta ciudad , tenía dos cuadras y tres casas.
La tercera fue la “Policarpa Salavarrieta”, en ella estaba la capilla vieja de los capuchinos, el cementerio y el bosque de los mismos.
La cuarta se llamó la calle “Antonio Ricaurte”.
La quinta fue la “Francisco José de Caldas”.
La sexta se la nombró como “Juan Ramón Rosero”, allí tuvo su residencia el coronel de Los Mil Días.
La séptima no podía dejar atrás, lo más preciado que tenemos en Colombia y el homenaje se llamó calle “Las Lajas” allí estuvo el Palacio Municipal, el colegio de los Hermanos Maristas donde perduran la escuela Urbana Niño Jesús de Praga y el Colegio Nocturno Ciudad de Pupiales.
La octava en memoria a los siete hermanos Belalcázar, mártires de la independencia , primeros rebeldes del sur al servicio de la libertad bolivariana, se llamó la calle “Los Mártires”.
La novena en homenaje al Precursor se llamó “Antonio Nariño” Para las que hoy denominamos carreras de conformidad al Instituto Agustín Codazzi, tenemos los siguientes nombres:
La carrera primera que aún está sin diseño ni programación se conoció y se conoce como la calle “del coso” o de “la gallera”.
La segunda se conoció con el nombre de “El Porvenir” allí están la Normal Pío XII , el Colegio Perpetuo Socorro, el Banco Agrario y la Escuela San Francisco.
La tercera sigue siendo la principal del pueblo, ella se llamó “Calle La Independencia”.
La cuarta fue “Calle Marco Fidel Suárez”.
La quinta fue la “Calle Julio Arboleda”.
La sexta fue la “Calle José María Córdoba” y La séptima fue la “Calle de la Constitución”.
Ellas fueron las vías por las que circularon las rústicas ruedas de los primeros vehículos llegados a mi pueblo en los años de mil novecientos cuarenta y dos en adelante, carros que tuvieron nombres de película a los que bautizó el cura con lujo de detalles y con desfile que seguía la procesión de gentes abrumadas por la bramazón del motor, lo exótico de sus latas, de su pintura , de su carrocería y admirando al conductor que fue a hacer curso de conducción a la capital para poderlo manipular.
En esos vehículos se programaron los primeros paseos de los escolares a la Laguna de Cumbal, al pie de monte costero y al Ecuador por caminos donde solo la pericia de conductores que habían comido mucho polvo por las rústicas carreteras del sur de Colombia, evitaban sucumbir en los abismos del Guáitara.
Nunca faltaron en la cabina del conductor las señoritas más prestantes del pueblo, acompañando o estorbando a los escolares. Cuando subía doña Adela no podía subir otra persona porque no alcanzaba, no falto la señorita Herlinda, la señorita Isabel, la señorita Emma, la señora Isolina, doña Carlota y las señoritas Alodia, Floralba que ya eran maestras de la escuela de las monjas y de la urbana de niños.
Los primeros carros que llegaron al pueblo fueron: “el Barranquilla” de don Clímaco , el “Manizales” del mismo, el “Líder” de don Alberto, el “Clíper”de don Jorge, el “Colombia” de don Carlos, el “Nariño” de don Lucio, junto a los automóviles que ya en la década de los cincuenta comenzaron a prestar servicio público, autos para entonces, último modelo conducidos por sus propietarios, un italiano, mister “Pacho” y don Alonso sin que haya pasado desapercibido el VoskWagen de monseñor Justino ; carros en los que no podía faltar el ayudante para que maniobre la manivela, pues no tenían encendido autónomo, aún no se inventaba el motor de arranque. Hoy el pueblo está saturado de vehículos de todas las marcas y las clases, ya no caben en sus angostas calles, hoy al contrario de ser una admiración, una distracción, son un peligro , pero bueno, son producto de la modernidad.
Calles que estuvieron polvorientas, agrietadas por las corrientes salvajes de las aguas lluvias, calles que fueron oscuras, románticas, hoy son un poema para quienes las conocimos y como huéspedes de honor caminamos desprevenidos y orondos, en serenatas o en auroras que colgaban en guitarras los expertos del pentagrama.