El ojo compuesto de los insectos faculta a estos animales para una visión distinta a la que conocemos. Perciben longitudes de onda que nosotros no vemos, como los rayos ultravioleta, y la información, la «imagen», que reciben de su entorno les hace detectar perfectamente los movimientos (como sabemos por experiencia si intentamos atrapar un mosquito con la mano), aunque no sean capaces de obtener la imagen fija que produce el ojo de los vertebrados.
La importancia de la información
Por obvio que parezca, sólo se puede comer si se sabe dónde está la comida. Y sin comer el animal muere. Este principio fundamental es el que ha regido en la evolución, entre muchas otras cosas, para desarrollar toda una serie de elementos que ayudan al animal a encontrar los nutrientes necesarios. Las plantas tienen menos problemas a este respecto, pues se limitan a absorber a través de sus raíces, y con ayuda del agua, los elementos químicos que están disueltos en el suelo. En cambio, el animal debe buscar los nutrientes, para lo que se han creado órganos sensoriales que perciben la luz, identifican las sustancias químicas disueltas en el aire o en el agua y detectan los cambios mecánicos, ya sea porque varía la presión o porque se produce un roce. Garantizado el alimento que permite existir al individuo, estos mismos sentidos le han permitido desempeñar otras funciones, principalmente las reproductoras, que garantizan la supervivencia de la especie, es decir la vida.
Los receptores químicos
Son los más importantes para la supervivencia individual, pues, al fin y al cabo, el alimento no es más que una serie de elementos químicos que adoptan forma de fruta, de semilla o de carne. Por consiguiente, en todo el reino animal podemos encontrar los más variados sistemas y métodos de percibir esas sustancías. Conviene distinguir dos tipos principales de receptores: los internos (los interoceptores), que informan al animal de las condiciones en su medio interior, por ejemplo del exceso de un elemento circulante en la sangre, y le permiten tomar las medidas adecuadas, y los externos (exteroceptores), que pueden resumirse en dos sentidos básicos, el gusto y el olfato. Los primates los tenemos en la cavidad nasal y en la boca, pero muchos insectos degustan el alimento con las patas.
En los vertebrados acuáticos, como los peces, la visión no es el principal órgano de los sentidos, pero alcanza una gran perfección con respecto a la de otros organismos marinos. El pez tiene los ojos a ambos lados del cuerpo, pero al girar levemente la . cabeza mientras nada, consigue un campo visual muy amplio.
Los restantes Sentidos
Los cambios en la temperatura son también muy importantes y para ello están los llamados termoceptores, y lo mismo sucede con las variaciones de presión, que los peces perciben en el agua con el órgano de la línea lateral y los vertebrados terrestres recogen en forma de sonidos con el oído. Por último, un estímulo omnipresente en nuestro planeta y en casi todos sus medios es la luz, para la que la evolución ha producido los más diversos receptores, desde simples células que perciben de dónde viene la luz hasta el ojo compuesto de infinidad de pequeños «ojos» de los insectos o el ojo de los cefalópodos o de los vertebrados, que funciona igual que una cámara fotográfica.
La piel de los anfibios, como esta rana, contiene numerosos órganos táctiles y otros sensibles a los estímulos químicos, a la temperatura y ala presión. En la lengua y el paladar tienen botones gustativos, y el olfato funciona tanto en él agua como fuera de ella, lo mismo que los ojos, adaptados para la visión aérea y subacuática.