EL MENTIROSO MAS QUERIDO DEL PUEBLO
Lucio era un hombre muy elocuente, inventaba charlas según las
circunstancias, sumamente inteligente aunque había que interpretarle algunos
gestos y expresiones; cuentan que desde niño su ocurrencia era singular, vivió
al pie del páramo de la Paja Blanca, sus años de niñez a las faldas de su
abuela y las enseñanzas de su abuelo. Miró el devenir de la vida lujuriosa de
su abuela incluso ayudó en ocasiones a que le crezcan los cachos al abuelo;
estando en la preparación para su primera comunión Lucio dice que pasó lo
siguiente:
Sus padres que eran los más pudientes de la comarca pusieron
al engorde cinco marranos para consumirlos en los días de festejo de la primera
comunión ya que se acostumbraba a dar comida por lo menos los quince días
siguientes al domingo de la festividad; como ya se llegaba la hora del
sacrificio de los cerdos destinados para el banquete, su padre envió a Alirio
traerlos al sitio donde iban a ser asesinados; Julio ,su padre y unos peones
esperaban al muchacho y a los sentenciados en un lugar grande y seguro de la
casona donde estaba lista la paja para chamuscarles el pelo y dejarlos como
para consumir el pellejo. Entre charla y charla, el padre, un hombre
corpulento, mandón, de respeto, respetuoso, católico, apostólico y romano,
ordenó dejaran allí los cerdos hasta las tres de la mañana del otro día, hora
que señaló para el sacrificio; todos salieron incluido Alirio, eran las seis de
la tarde, fueron a la cena y luego a descansar para comenzar la tarea a las
tempranas tres de la madrugada. Qué sorpresa cuando llegan don Julio padre de
Lucio y unos peones al sitio donde quedaron los cerdos y los encontraron
totalmente chamuscados; mejor que con la brusca o basura que habían juntado y
puesto a secar para el efecto; “¿qué paso? - preguntó el muchacho - y el padre
le dice que allí había un entierro o guaca y que la noche que comenzaba a
terminar era tres de mayo día de la Santa Cruz, día en que todos los entierros
de nuestros aborígenes y antepasados, ardían en llamas de color del metal que
se haya enterrado, pues ésta ardió tanto y de tal manera que dejó listos cinco
marranos para su consumo.
Sin embargo Lucio cuenta que aún chamuscados corrían por el
patio de la casa hasta que murieron de frío, entonces fueron colgados,
desangrados despostados; -el abuelo dijo -“carajo, qué berraco entierro”.
Cuando el muchacho creció se enamoró y se casó, entonces don Julio le dio una
casa en el poblado para que viva y una finca en el campo donde cruzaba una
cristalina quebrada no muy caudalosa pero con uno de sus mejores remansos.
Sucede que en este vado abundaba la trucha arco iris y Lucio no quería
compartir con nadie ni menos con una hermana vecina de heredad. Entonces
decidió deslindar con alambre de púas y cada que un animalito quería pasar al
otro lado, quedaba prendido en las púas de la cerca.
Lucio y su familia comieron pescado durante tres años, de
los que quedaban colgados en la alambrada pero no compartió uno con su hermana;
cuando ya no aparecieron peces, fue a excavar un zanjón y lo encontró lleno de
huevos casi alevinos que los puso a secar al sol; luego los cocinó para que se
ablande el cascarón y los volvió a echar al vado.
A los quince días se llenó la quebrada de unos peces
amarillos fosforescentes que se convirtieron en plaga de toda la corriente.
Lucio tenía la dentadura dorada de tanto morder -según él - esa clase de trucha.
Tenía en su casa cincuenta perros y ochenta gatos; un día
uno de sus perros le mató la oveja que proporcionaba lana para las ruanas de
sus hijos; entonces decidió matarla aunque estaba a unas horas de su quinto
alumbramiento; para ello tomó uno de los mejores machetes de su padre, lo
afiló hasta dejarlo como un relámpago y se dirigió con la víctima a un lugar
cercano donde se suponía debería darle muerte y enterrarla; llegado al sitio
del destino fatal amarró al pobre animal de una raíz y -“zúas”- el golpe de
gracia; en un instante la cabeza dio tres botes y el cuerpo del animal quedó de
pie hasta que le quitó la soga, luego colocó el cuerpo de Gitana -su perra- en
el hueco para el entierro la juntó con la cabeza , echó unas ramas encima del
cadáver le rezó un Ave María y se fue a casa. De pronto; -“que susto”-; se
sobresaltó contando la historia; cuando al otro día en horas que todos estaban
almorzando en el patio de la casa grande, apareció Gitana con la cabeza en la
boca y cinco cachorritos tirando de sus tetas.
Lucio tenía muchas ocurrencias y con él se pasaban horas
enteras de regocijo, decía que su dentadura de oro se debe a que una noche
mordió un “pescado” fosforescente de los que plagaron su quebrada; otra vez
dice “me metí al vientre de un caballo de tres días de muerto al que lo tenían
vacío por dentro los gallinazos, a coger uno de ellos”. Cuando contaba sus
aventuras, todo mundo se callaba ante su seriedad y la seguridad con la que lo
hacía, era un elemento imprescindible en las reuniones familiares y hasta en
los velorios, nunca pudo dejar de mentir, su padre alertaba a sus amigos
diciéndoles - “¡no se vayan a dejar creer del Lucio!”-, “cuando era niño”
concluyó, tenía una gallina que nadaba mejor que un pato, y ésta en una
inundación me salvó dos ovejas y treinta y cinco cuyes que ya desaparecían en
la corriente del invierno.