EL PACTO CON EL DIABLO

Corría la bola que Aurelio era compactado con el diablo, él vivía en la casona de su hacienda de tres mil acres, con capilla, piezas para la servidumbre, para los hijos, para el cochero etc., era construida en bahareque y barro con mamparas de vidrio en marcos de madera; los pisos perfectamente entablados en madera de arrayán y o eucaliptos aserrados y labrados en la hacienda. Era muy, pero muy rico; reses, ovejas, caballos, cerros, gatos de lo mejor de la zona; peones que lo llevaban en hombros a tomar el sol al potrero que daba con el huerto de la mansión. Nunca salía de ese sector sin embargo sabía que la vaca Amapola o que República, su yegua estaban dando cría en sus respectivos potreros a más de un kilómetro del aposento endiablado. Sabía que los cuatreros entrarían en su corral tal o cual noche a llevarse el padrón; sabía que la cosecha de maíz dará tantos costales del producto y sin salir de su casa se aparecía sobre su caballo Atahualpa donde trabajaban los peones, de repente desaparecían como el viento. 

 
Los peones, su esposa y los más allegados; le tenían miedo; ella no dormía con él porque Aurelio debía dormir con dos niños que le prestaban sus siervos, de modo contrario llegaba un personaje a tratar de sacarlo de la casa; pero de muy malas maneras, como con anzuelos que le arrancaban pedazos de lengua o con agujas que pasaban de oreja a oreja. Una noche que no asistieron los infantes a la casa del Epulón, no se resistían el escándalo y el hostigamiento de seres extraños que querían sacarlo del dormitorio. Una noche, la última de Don Aurelio fue sacado por un negro gigantesco, lo subió en un coche halado por cuatro muías y desapareció en medio de relámpagos y truenos, no se lo encontró jamás; la esposa colocó piedras en el ataúd para que pesara y quienes lo cargaren no se dieran cuenta que allí no había nada. Pero Adolfo, uno de sus peones que todo lo sabía dijo que a Don Aurelio un negro le cogió la, lengua la envolvió en su mano y la arrancó con todo corazón, luego se la dio a un perro negro que agitaba la cola a su lado, el cuerpo se lo echó al hombro y salió rumbo a una loma donde aullaba desesperadamente un lobo, allí se perdió. 

Después de su muerte se aparecía en su carruaje todo adornado de plata, llega hasta el patio de su casa y luego se aleja; otras veces entra ensartado en los cachos de un toro, grita en el patio y se va, no hay noche que los perros de la hacienda no estén espantados; que no haya ruidos infernales, vientos exóticos, roedores gigantes que se caen en su enloquecida carrera por entre las tejas del techo; algunos lo ven al diablo tal como aparece en la caja de fósforos a otros se les acuesta a su lado haciéndoles perder el conocimiento, a otros se les presenta en forma de caimán; de todas formas dormir en la casa de la hacienda era una proeza, jamás descansó el espíritu de Don Aurelio hasta que después de muchos conjuros vendieron la hacienda. Quienes la compraron también salieron corriendo, el demonio les hacía daños en la sementera, en las casas, en el ganado todos los días. Estos también la vendieron después de su quiebra y de mucho sufrimiento en la lucha contra la iniquidad del rey de la oscuridad que seguía llegando a su patio en forma de un hermoso caballo blanco o de un carruaje regentado por un hombre negro de vestidura colonial, apuesto y hasta perfumado. 

Casi todos los que visitaron el sitio, se desencantaron en la noche cuando el demonio comenzaba a rondar la casa. Hoy después de haberse encontrado un gran tesoro enterrado entre las raíces de unos ciprés, todo ha vuelto a la calma ya en la hacienda se respira espíritu de eucaliptos y oraciones de montaña cabalgando en las alas de las chaguabas y toda clase de pájaros silvestres.

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