LEYENDA DE GUATAVITA Y EL DORADO




Siendo joven, el cacique de Guatavita se enamoró profundamente de una hermosa doncella de una tribu vecina con quien se desposó y tuvo una hija. Pero el cacique se sumió en los deberes del cacicazgo, en los amores de oportunidad y en las bacanales de la corte, olvidándose de su esposa. Así, llena de desesperanza y desdicha, de desengaño en desengaño, fue transcurriendo el tiempo para la cacica de Guatavita; mientras tanto, todo el amor que uno y otro esposo tenía para dar lo vertieron en su joven hija. Entonces ocurrió que en una de aquellas opulentas fiestas la cacica se prendó de un apuesto guerrero.

Enamorados como estaban comenzaron a citarse burlando la vigilancia del monarca. Los encuentros terminaron por llegar a oídos de aquél y de esta forma les sorprendieron. 
El guerrero fue apresado y sometido a terribles torturas hasta el punto de serle extraído el corazón y quedar empalado. Esto sólo lo sabían los allegados del cacique. Esa noche estaba por celebrarse una gran fiesta para agasajar a la soberana, en donde se haría gala de esplendor y riquezas. Entre la música y la alegría le ofrecieron con gran pompa un rico manjar, el corazón de un animal salvaje.

La cacica lo miró con recelo pero sus miedos fueron confirmados a la vista de un platillo más macabro aún, que contenía un pedazo cercenado a su amante. La música sonaba y los borrachos reían. El festivo alboroto fue roto y convertido en silencio por el grito terrorífico de la cacica. 

Con su alma herida por la pena y el rostro pálido de muerte corrió hacia el bohío real y se perdió entre las tinieblas con su pequeña hija. 

Sin pensarlo un instante se lanzó al seno de la sagrada laguna de Guatavita. Los chuques se apresuraron a transmitirle la tragedia al embriagado monarca, quien enloquecido corrió hasta la laguna comprendiendo cuanto amaba en realidad a aquella mujer que tan feliz lo hiciera tiempo atrás.
Dolorido, ordenó a los chuques recuperar a su esposa. Ellos le comunicaron que la cacica se hallaba feliz en una mansión subacuática arrullada por una amorosa serpiente que la había desposado. 

Angustiado el soberano, pidió siquiera recuperar a su hija. Los chuques le trajeron a la caciquilla y pudieron ver que no tenía ojos, así que el padre decidió devolvérsela a su madre. El apesadumbrado cacique perdonó a su esposa prometiéndole ofrendas para que en su vida en el más allá tuviera la felicidad que conociera fugazmente a su lado.

Los chuques, como intermediarios entre su gente y la divinidad de las aguas (la antigua cacica), vivían a la orilla de la laguna en espera de su próxima aparición en la noche de plenilunio. Los chibchas convirtieron la bella laguna de Guatavita (de una asombrosa perfecta circunferencia) en un adoratorio en donde eran ofrendadas preciosas figurillas en filigrana de oro y esmeraldas a la diosa tutelar. Aquella, en forma de serpiente surgía de las aguas para recordar al pueblo la entrega de las ofrendas prometidas y augurarle prosperidad y ventura. Cada vez las ofrendas se hacían más pródigas para mitigar el dolor del cacique.

Ocurrió que el ceremonial derivó con el tiempo en un acto religioso-político que se efectuaba por la consagración de un nuevo Zipa (Cacique de Bacatá, actual Bogotá). Se produce una gran expectación y movimiento al aproximarse dicha ceremonia ritual. El cacique y su pueblo inician un periodo de ayuno y abstinencia a la par que hacen propósitos de enmienda. 

Al mismo tiempo, preparan sus máscaras y sus más bellos adornos; aprestan los instrumentos musicales, los alimentos y la chicha para el gran día. 

Así ,el espíritu liberado de sus penas y congojas, estará dispuesto para disfrutar del espectáculo y las fiestas que se aproximan. 

Las comarcas vecinas comienzan a volcarse sobre las zonas cercanas a la venerada laguna de Guatavita. Se olvidan las penas y tristezas, todos son iguales y se identifican en la misma alegría.

Llega el momento esperado. Antes de que despunte la aurora todo está listo para iniciar la procesión hacia la sagrada laguna en medio de flautas y tambores. 

La multitud, adornada con sus más ricas mantas y joyas, entona canciones y plegarias. Luego vienen las andas reales sostenidas por musculosos güechas, escoltadas de otros tantos güechas que cargan sus flechas y lanzas. 

A corta distancia de la laguna desciende el soberano e inicia el trayecto hacia la balsa real, caminando sobre las mantas que colocan güechas y cortesanos. 

A la balsa cubierta de mantas y de flores suben primero los más destacados súbditos del cacicazgo y al sentarse dejan el centro libre para el monarca. 

Este, apenas se ha colocado en el centro de la balsa, deja caer su manto rojo dejando ver su cuerpo totalmente cubierto de polvo de oro. La barcaza real se aleja lentamente de la laguna mientras la multitud, vuelta de espaldas a la laguna o con la frente inclinada para no ofender, eleva sus oraciones y cánticos. En medio de los humos del sahumerio, el Zipa, de pie, dirige su mirada a Oriente, en espera del sol. Cuando el cielo se tiñe de rojo el soberano entona también murmullos de oraciones. 




En el instante en que el sol surge y baña la balsa con su luz, el Cacique de Guatavita levanta los brazos y emite un grito de gran alegría, que es seguido por la algarabía de la muchedumbre. 
Pronunciando oraciones, el Zipa arroja al fondo de la sacra laguna las más hermosas esmeraldas y las más preciadas piezas de orfebrería, tras lo cual él mismo se sumerge en las aguas. Surge de ellas purificado; la balsa comienza su retorno a la orilla mientras la gente allí reunida permanece de espaldas o con la cabeza agachada. 

El Cacique camina nuevamente sobre el sendero de mantas, hasta su trono, que le llevará hasta su morada. Terminado el ritual de ablución y consagración del Zipa, las fiestas comienzan en el bohío real. Hay fiesta también entre la multitud, que termina en la embriaguez de la chicha. 

El fastuoso ceremonial que pronto se convirtió en fiesta tradicional del cacicazgo llegó a oídos del codicioso aventurero español Sebastián de Belarcázar, convertido en la leyenda de "El Dorado", historia que acentuó el deseo de lanzarse a las tierras americanas en busca de míticas ciudades doradas y ríos inagotables de oro.





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