ME CARGUE AL DIABLO

ME CARGUE AL DIABLO


una señora en la vereda de Inchuchala, se le cargó el diablo y doña Tránsito así lo narró:
Las guaguas de esos tiempo, que serían las sardinas de hoy, en Diciembre acostumbraban a salir de la vereda más o menos a las tres o cuatro de la madrugada hacia el pueblo, a alcanzar la misa de la aurora, en la capilla de k» capuchinos, que celebraban fray Buenaventura o Fray Doroteo a las cinco de la mañana donde acudía toda la chiquillería del pueblo acompañada de sus padres o sus tías.
Un Lunes dieciséis de Diciembre comenzó la novena del niño Jesús en la capilla capuchina y el martes diecisiete era la primera misa de la aurora, entonces doña Rosalina, madrina de las guaguas que salían de Inchuchala, ta había dado la orden de salida a las cuatro de la madrugada, el reloj era el sallo que cantaba en el alar de la casa; pero ese día por motivos desconocidos el gallo despertó a las once y media de la noche y le dio el arrebato de rentarle a doña Rosalina, haciéndole creer que son las cuatro.

Ella inmediatamente se incorporó, se limpió los ojos con una orilla de su pañolón, se metió en sus alpargatas y salió; al ver que nadie le esperaba se imaginó que sus ahijadas la dejaron y emprendió camino al pueblo; caminado más o menos unos diez minutos escuchó que nuevamente cantó el gallo de su casa pero ella solo dijo «este puta está loco», inmediatamente sintió que alguien se le cargó a su espalda, era una cosa pesada, dura, caliente como el infierno y olía a tabaco; Cuando tuvo oportunidad, volteó un poco la mirada y el que se le cargó le resolló con su nariz larga, grande, como la trompa de una raposa y curva, como el pico de un loro, le sopló humo de su tabaco en la cara y bajó de la espalda de doña Rosa que era bárbara y valiente como muy pocos machos de la región.
Entonces el demonio se sentó en la orilla del camino junto a una mata que se conocía como «chupalla», ella lo miró y le dijo «en nombre de Dios qué quieres?», él se paró, echó chispas por sus ojos y le dijo; «no quiero que lleves las guaguas a la Iglesia»; entonces ella se echó la bendición y cogió la otra orilla del camino cuesta arriba, pero la criatura seguía por el borde contrario y cada bocanada de humo de su tabaco nublaba el horizonte; la compañía le duró a doña Rosalina más o menos un kilómetro de tramo, eran más de tres horas de tiempo.

Parece que perdió el conocimiento, a pesar de su valentía la traicionó el subconsciente cuando miró en aquella criatura unos cachos envueltos en las sienes como los de un borrego que el día anterior había sacrificado su padre para ahumarlo y consumirlo en la Navidad, miró también que la criatura tenía una pata de perro y otra de gallo, sus manos eran las pezuñas de un marrano, entonces supo que se trataba del mismísimo rey de las tinieblas , en ese mismo instante se oye un murmullo; era la charla de sus ahijadas que fueron a buscarla a su casa pero al enterarse que ella salió también tomaron camino hacia el pueblo; ese fue el momento crucial, el momento del clímax para el príncipe de la oscuridad, éste, en ese momento lanza un gemido tan estruendoso y violento como el rugir de un león herido y se pierde dentro de un remolino de humo después de un trueno seco cuyo eco retumbó a lo lejos, todo volvió a quedar en silencio; Sus ahijadas solo escucharon el trueno, entre ellas Tránsito y Margarita quienes contaban la hazaña de su madri-na a su hermano ; un veterano de la guerra de los Mil días, rudo, sin complejos, sin barreras en sus aventuras, sin pelos en la lengua escuchó en silencio la historia, no interrumpió la conversación, no comentó nada, pero no se quedó sin opinión; al fin, dentro de un profundo suspiro y mirando al cielo dijo: «Esa vieja sí es de huevas».
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