LA VIUDA


Don Joaquín vivía con su familia en una casona de paja de las últimas que construyeron en la ranchería del cacique Papial, don Sebastián y toda su encomienda. En aquella casa existía un corredor ancho, donde se posaban los transeúntes, los comerciantes del Ecuador, los randis y los vecinos del pueblo que salían a recibir el sol de la tarde , hasta un poyo donde se sentaba el más importante de los posaderos o el que rezaba el rosario de la aurora junto con los que llegaban a la algarabía v fanatismo que producía la religión predicada por Fray Doroteo, un fanático y radical “laurianista”, quien para confesar a don Joaquín a la hora de su muerte le obligó abjurar al partido liberal, de lo contrario le dijo: “te dejo que te vayas al infierno”. Don Joaquín un veterano que peleó en la guerra de los mil días en calidad de lugarteniente del general Avelino Rosas, gesticuló que no -y murió-.

Ese mismo corredor espacioso de la casa que daba frente a la Plaza donde fue el mercado, la precaria cancha de fútbol, la cancha de chasa cuando se jugaba al estilo Español -a pura mano, donde se quemaba la pólvora en la fiesta de San Pedro, tanto la que acababan los blancos, como la de los naturales, de donde se extrajo la arena para las primeras construcciones de ladrillo que se levantaron en el pueblo,- circunstancia que la volvía más sólida y sepulcral a lo que hoy es un sitio recreacional de niños y adultos-, en uno de sus costados se construyó la iglesia mayor; tan grande que en ese tiempo ocupaba la mitad del pueblo y albergaba a toda una multitud en sus naves en la misa de entierro de un capuchino o del fanático que pensó no pisar el infierno si daba plata para la construcción de aquel gigante que hoy ni la diócesis puede mantenerlo y casi lo tiene abandonado a pesar de ser una reliquia histórica, religiosa, un orgullo del pueblo.

“En las noches oscuras soplaba el viento frío que penetraba hasta los huesos y ni siquiera los pantalones tejidos en telar o del más fino paño León-campana respondían al soplo helado del hielo”, dijo don Joaquín; nosotros acostumbrábamos a estar en la cocina que tenía una diminuta ventana a la calle y yo siempre junto a ella -decía- para asustar a una diabla que se asomaba a la casa y se sentaba en el poyo del corredor; las calles eran oscuras y las casas se alumbraban a medias por una precaria lámpara con mecha de trapo.

De pronto don Joaquín decía -ya está esa diablo- y la ahuyentaba tirándole candela con un tizón; la diablo era una mujer alta cubierta de seda negra, sus ojos eran huecos profundos como el silencio de la gigantesca iglesia y de sus fosas nasales chorreaba un líquido espeso como grasa verde o resina también tan visible que pendía por unos colmillos tan blancos pero pálidos como la cal que se traía del Putumayo y se utilizaba para blanquear tapias que se cubrían de espinas; era espantoso dijo don Joaquín, caminaba en el aire cuando la miraba hacía muecas al otro lado de la ventana y me causaba horror, él que pretendía no darlo a conocer a quienes estaban a su lado, para que no tengan miedo y más que todo para que los hijos no tengan la desgracia de volverse tradicionalistas, rezanderos, cobardes y por lo tanto godos- dijo-, esta criatura fue vista por muchos en el pueblo, a veces se los llevaba a lugares apartados, tétricos, oscuros y tan solemnes, como el cementerio, un peñasco en la quebrada que corría al pie del pueblo; “EL MIRANCHUR” era un personaje típico , a éste se lo cargó y lo dejó changado en un palo tras de una chorrera donde solo se bajaba con cabestros de los que hacía don Adolfo en la plaza; unas lavanderas escucharon sus gritos al otro día y ellas llamaron a sus maridos para el rescate.

Era casi común que les saliera a los enamorados y serenateros de la noche lúgubre; cuando sus guitarras parecían destemplarse tanto, que sonaba como tarros vacíos, era porque aquella criatura a quien dieron por llamar, “La Viuda”, estaba por allí cerca, inmediatamente todos encendían cigarrillos y esperaban que pase la mala hora; si era una persona que caminaba sola, no era raro encontrarla como fue encontrado Miranchur. Don Cerveleón la miró sentada en el atrio de la Iglesia como escapándose del frío, era tan horrorosa que quien la miraba quedaba traumatizado por valiente que sea, al caminar se le acercaba tanto a uno que le resollaba en las orejas y su vestido como almidonado que sacude continuamente cual un cuero seco de borrego -dijo Azael- a quien lo siguió al cruzar la plaza.

Yo ni siquiera quiero recordar cuando esa cosa que dicen -La Viuda- me fue a botar al Chorro del Chita-, dijo “El Collazo” a quien quiso sacarle el corazón por la boca y lo salvó Vicente, su patrón cuando buscaba por allí un ternero que acababan de robarle de su corral, lo encontró echando espuma por la boca sin ánimo y completamente enajenado de todo lo que pasó, a los quince días recobró el conocimiento y pudo contar la hazaña .
Con tecnología de Blogger.