EL GENERAL


Según doña Margarita las gentes se enteraron que en una de las bifurcaciones del camino principal llamado El Partidero de la Paila, salía un espanto y lo hacía con tanta naturalidad que realmente parecía una cinta de la pantalla grande, de testigo presencial ponía a Natalia una de sus sirvientas, para contarnos así el cuento.

En tal ocasión en los primeros días de Diciembre cuando se acercaba la fiesta de la Virgen del Tránsito, ella salía a misa todos los días desde su casa ubicada a unos tres kilómetros del casco urbano y el camino por lo tanto era sólido, húmedo y espantoso; pero sucede que un día se equivocó de hora ya que el gallo también se equivocó; la feligrés, de armas tomar y de visión astral, fue engañada por también por la luna; eran las once de la noche cuando le parecieron las cuatro de la madrugada; se cubre el cuerpo con su chalina de filo aterciopelado y de palomas a los lados; levantó a Natalia y emprendieron camino hacia la Iglesia, al llegar al Partidero, una sombra cruzaba de un lado a otro el angosto camino luego fue dando la forma de un hombre, alto, fino que a medida que se acercaba se le veía el atuendo de un militar de alto rango.

Ellas se envolvieron por un momento en el miedo, frío y erizante como las briznas de nieve que comenzaba a caer con la helada brisa de la noche; Natalia replicó balbuceando entre dientes que al chocar sonaban sus quijadas como las maltracas con las que se llamaba a la misa -¡señora corramos!-dijo; pero no pudo dar un paso, la señora la agarró de su pañolón porque casi cae desmayada al acercarse la desgraciada criatura que el infierno le había dado licencia para salir a pedir misericordia a los humanos; según el comentario, había dejado un tesoro escondido en un lugar aledaño al que se aparecía; cuando ya estaba a unos diez metros alcanzó a observar que se trataba de un gran General, vestía casaca roja, con botones dorados y laureles en su kepis que relumbraban refulgentes en la noche; su pantalón, unos briches terminados en una bota angosta en la que solo cabía el grosor de la parte inferior de la pantorrilla, en los muslos era ancho y con un pliegue bordado con seda roja sobresaliendo en su fondo caqui; sus botones brillaban en un azabache profundo como el más fino charol Italiano; de su cuello pendía hermosa capa roja con bordados en plata también resplandeciente a la mirada de la luna; el General se paró, amagó con su cuerpo haciéndolo hacía adelante y echó mano de su espada larga, cuando la desenfundó le llegaba hasta el tobillo de su pierna izquierda y su manija terminaba en una cabeza como de dragón con ojos que emanaron rayos rojos diamantinos al dar su lado hacía la luz; lo mismo que la argentada hoja de su sable.

Las mujeres tenían la boca seca del miedo la sirvienta ya había sentido bajar el líquido tibio por las piernas, la otra, absorta, temblorosa, pero con curioso respeto observaba al imponente General; ella había escuchado de su padre que en un caso de esos hay que decir -“¿¡en nombre de Dios criatura del infierno, quieres darme o que te den!?”-; y entre dientes un poco enredada la lengua doña Margarita se lo dijo, él no se inmutó hizo caso omiso pero asintió con su mirada y su movimiento ágil como el de un águila poniéndose en posición de firmes. Ella dijo “éste ha sido liberal; tiene ruana roja y ha muerto sin confesarse”, doña Margarita tuvo el valor de volvérsele a insinuar, esta vez - “Señor, en nombre de Dios - ¿qué quieres?- entonces se volvió hacia ellas el General y con una mano les señalaba que caminaran junto a él hacia un árbol carcomido por el paso de los años y además por las garras de algún animal que había escarbado su cueva entre sus raíces.

Ella tenía las entrañas bien puestas, dio unos dos pasos hacia la señal, pero cuando levantó su mirada porque su estatura tenía menos de un metro cincuenta centímetros, hacia los dos metros más o menos del General, miró que bajo el hermoso kepis solo había una horrenda calavera sostenida por unos tantos huesos fosforescentes que a su vez eran el soporte de la vanidosa capa del militar y su resplandeciente sable no era más que un trozo de palo sostenido por un retorcido cacho de chivo tan viejo que le daba vuelta dos veces a la masa de huesos fosforescentes de la mano del desgraciado General como impidiendo que se desarmara.

Ahora si tuvo deberás miedo, su cabello parecía estar flotando en resistencia a su sombrero de paja que al parecer estaba a muchos centímetros de distancia de su cabeza; su sangre parecía paralizarse en el normal recorrido y su corazón golpeaba con intranquilidad de infarto, su cara era fuego y sus piernas no daban para salir corriendo, iba a caer cuando alguien que cuidaba ganado a unos metros de distancia salió de su casilla de dormir y exhaló sonoro grito para prevenir el ladrón que de pronto ronda en pos de las reses apartadas del corral; lo que logró fue espantar al gran General quien en fracciones de segundo desapareció y quedó el ambiente sólido, oscuro, silencioso y pesado como al inicio del encuentro.

Dicen que tiempos después alguien se sacó un entierro con armas ya inservibles y algún dinero en plata de la época de la Guerra de los Mil Días, pero doña Margarita juzgó que muchas personas habían tenido el mismo encuentro que ella y Natalia.
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